27.7.07

José Watanabe (1945-2007)



Imitación de Matsuo Basho

Fuimos rebeldes audaces. Yo la convencí de la nueva moral que ni aún yo tenía, y huimos sin
ceremonia ni consentimiento. Ella trepó ágilmente a la grupa de mi caballo y así cabalgamos
hasta las primeras estribaciones de la sierra. Bordeábamos los poblados y con ramas
desgajadas íbamos cubriendo nuestras huellas. Nos detuvimos en una aldea cuyo nombre
alude a la contemplada limpidez del río que la atraviesa.

Había clara luz de la tarde cuando el posadero nos abrió la pesada puerta de palo. A pesar de
reconocer en él a un hombre sin suspicacias, le mentimos nuestros nombres. Le encargué una
buena habitación para nosotros y cuidados para nuestro caballo. Ella, azorada y hambrienta
mordía a mi lado una manzana.

El cuarto era blanco y olía a resinas de eucalipto. Aunque ofrecido con excesiva modestia por
el posadero, allí hallamos seguridad. Desde el pie de nuestra ventana los trigales ascendían
hasta las faldas riscosas donde pastaban los animales del monte. Las cabras se perseguían
con alegre lascivia y se emparejaban equilibrando peligrosamente sobre las agujas rocosas.
Ella cerró la ventana y yo empecé por desatar su largo cabello.

Fuimos rebeldes y audaces. Sin embargo, ahora nos perdonan nuestras familias y nos
perdonamos nosotros mismos. Nuestro hogar ha sido tardíamente consagrado. Eso es todo.
Nunca traicioné otras grandes verdades porque quizá no las tuve, excepto el amor que me
hizo edificar una casa, excepto el amor que nunca debió edificar una casa.

A veces pienso cabalgar nuevamente hasta esa posada y colgar en su puerta estos versos:

En la cima del risco
retozan el cabrío y su cabra
Abajo, el abismo.



El guardián del hielo


Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.

Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tanían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.